WINSTON MORALES CHAVARRO - UN HERMANO DE LA POESÍA
Winston nos sumerge en el mundo onírico de Schuaima, donde abunda la riqueza de una poesía tramada con maestría, trabajada desde un estado mental de perpetuidad mágica. Nos hace transitar por la filosofía trascendental de Aniquirona, movido desde el conocimiento surgido de todas las fuentes primigenias, ofreciéndonos un conocimiento antiguo donde resalta el poder de la poesía, la muerte, la naturaleza de lo femenino. El poeta nos transporta de nuestra realidad hacia la fascinante aventura de conocer el universo creado por esa sustancia que habita en su cuerpo. Ingresemos en la poderosa esencia de Winston Morales Chavarro y dejemos que su tinta nos transporte por la majestuosidad de esos mundos.
Juan Pomponio, Ranelagh, Buenos Aires, 8 febrero de 2009
ENTREVISTA
Winston Morales Chavarro es un sujeto compuesto de varias esencias. Sobresale, eso sí, dos fuerzas superiores que lo definen como sustancia y como creación. Aniquirona, su parte femenina, y Alexander de Brucco, su parte masculina. Como el género está en todo; Todo tiene sus principios masculinos y femeninos, Aniquirona y Alexander de Brucco establecen un equilibrio, una absoluta correspondencia. En el reconocimiento de esas fuerzas que vienen con Winston desde siempre, desde la infancia del hombre-presente, ha elaborado una escritura que de alguna manera describe el mundo suprafísico en el que lo sitúan esas presencias. Schuaima es el reino onírico (si puede llamársele así) de Aniquirona, y Alexander de Brucco es el explorador, el viajante, el caminante, el eremita.
Ha vivido a través de ellos, a través de sus ojos y sus manos, los elementos de Schuaima, las ideas y las palabras de Aniquirona, la escritura de Alexander de Brucco.
Puede decir que es una especia de receptor, un embudo por donde entran las cosas de ellos. Un simple instrumento en una pugna interminable por vencer el ego de creerse autónomo, creador de un mundo que existe en unos planos distintos al terrestre. En su humilde visión, a veces se siente un escritor, en ocasiones cree ser el hombre que traza unas líneas, cuando en el fondo sabe perfectamente que es sólo una herramienta, un filtro por donde vienen las cosas que quieren y necesitan narrarse en la atmósfera humana.
¿Cuál es el recuerdo más fuerte de tu infancia? Cuéntame un poco sobre ella. Lo que tú quieras.
Mi infancia aún no ha terminado. Los adultos odian ese estadio de la vida, se quejan de él, de la inmadurez y la estupidez que enarbolan los niños. No entiendo eso de las edades, las siete edades del hombre. Para mí existe un presente perpetuo, perenne; soy todas las edades y todos los tiempos, también todos los espacios. El mundo de los adultos es aburrido, demasiado cuadriculado, formal. No hay una cosa más terrible que un hombre abnegado, formal, laborioso, correcto. Yo prefiero las cosas simples, ir por la vida con la máscara que tengo desde la noche de los tiempos. Me gusta hacer cabriolas, gozo la belleza, amo plenamente, disfruto de la luz. Ahora, a mis 39 años, he conocido la luz. Y esa luz me ha cambiado, ha variado mucho de mis juicios, de mis inclinaciones, de mis emociones. Ahora manejo un poco mejor al Winston emocional, trato de moverme sobre la línea delgada de la vida.
Tengo una imagen que es recurrente. Hace quizás 34 soles terrestres, vivía con mis padres en una casa de dos pisos. Nosotros habitábamos el segundo. Papá y mamá estaban recién casados. Mi hermano aún no nacía, por lo que deduzco que yo no pasaba de los seis. Yo dormitaba en medio de los dos (todo hijo a esa edad destruye los lances eróticos de sus padres). Al lado de la cama, reposaba una bacinilla. Al levantarme hacia ella, sorprendí a un enorme gato negro que bebía de los orines. Por supuesto no me asuste; un niño a esa edad no maneja criterios sobre el bien y el mal. Al espantar el animal, éste se levantó, saltó sobre el lavaplatos y se introdujo por la rendija, escapando ante mi mirada atónita. Esa imagen, esa presencia, ese fenómeno marcó para siempre mi existencia. Nunca pude responder el interrogante, sobre todo porque la rendija tenía una malla que servía para retener los sólidos y desperdicios que caían sobre el lavaplatos.
A partir de ese momento, he estado atravesado por el esoterismo, la magia, el ocultismo. Desde que uso la lectura de lo escrito (el código humano que intenta representar al mundo) he devorado toda clase de textos, libros, antologías que me hablen de esos grandes posesos, iniciados e iluminados. No me creo uno de ellos, soy apenas un aprendiz de las palabras, un hombre que conoce sus limitaciones porque aún no ha renunciado al barullo del mundo.
¿Cuándo llega por primera vez la poesía en tu vida y te diste cuenta que tu camino eran las letras?
Fui un niño de padres separados. No obstante, mi padre era un lector desaforado de historietas y de comics. Todos los días llegaba a casa con siete u ocho cuadernillos, entre los que destacaban Kalimán, Arandú, El Santo, Memín, Lágrimas y risas, Condorito. Las revistas aparecían en nuestro domicilio los lunes, y yo las estaba releyendo los miércoles. Esta ha sido quizás la única herencia material que recibí de mi padre. Cuando él se fue, las revistas se quedaron en casa con nosotros. Como ya no había quien las comprara yo las releía y releía hasta aprenderme de memoria muchos de sus capítulos. Más grandecito, insté a mi madre a que me comprara una colección de libros de grandes aventuras. Pese a las limitaciones económicas de mamá, ella accedió. Entonces comenzaron a desfilar por mi cuarto los rostros de Ian Fleming, Alejandro Dumas, Julio Verne, Conan Doyle, Robert Louis Stevenson, Emilio Salgari, Edgar Rice Burroughs.
Luego de esto, estando en la escuela, en tercer grado de primaria, me encontré por primera vez con un texto poético. Era un texto que hablaba del tráfico. Ese día sentí un estremecimiento inexplicable al comprobar que las palabras tenían música, llevaban ritmo en sus entrañas. Allí fue mi encuentro con la poesía. Allí mi encuentro con la escritura. La poesía me hablo a partir de sus sonidos, de sus concomitancias secretas. Desde aquella mañana, ha sido imposible apartarla de mi vida.
¿La mente de un verdadero poeta funciona en otro nivel de conciencia? ¿Cómo percibes la realidad que te rodea? ¿La palabra es un impedimento para conectarse con lo real que tu crees que es la verdad? ¿Hay una verdad?
Esta pregunta es bastante compleja. La realidad no es sino una representación de mi interior. Tal y como soy por dentro, tal y como percibo las cosas, así es mi realidad. A veces, en ocasiones, un poco convulsionada. Pero sólo unas pocas veces. He procurado ser feliz, vivir en correspondencia y en equilibrio. Esa es mi búsqueda más preciada. La libertad, la tranquilidad, la autonomía de espíritu. Mi realidad, por ejemplo, pretende ser una realidad objetiva, ecuménica, conectada con una realidad trascendental, la realidad de la naturaleza y no la realidad del hombre.
Hace poco, una periodista colombiana me respondía un interrogante de esta manera: “La realidad nacional es monotemática, por eso los noticieros se ocupan de las mismas cosas”. Quedé perplejo. Mi pregunta se centraba en lo aburridos que me parecían los noticieros nacionales, porque todos los días se encargaban de presentar una “realidad” idéntica, monotemática: deportes, política y espectáculo. Y en últimas, los deportes a veces se presentan como política y la política como espectáculo.
No creo que la realidad, esa “realidad” que muestran los medios sea la única. Cada ser humano vive su realidad, su propia realidad. Sea la violencia, el hambre, la tiranía, el arribismo. Cada una es el resultado del mundo interior de quien la vive. Hay una realidad trascendental, una realidad que está más allá de consideraciones humanas, una realidad que se nos escapa, que se hace menos visible a los ojos de la razón.
Mi realidad se vincula con el amor, con la libertad, con un mundo sin prejuicios, menos racional, más intuitivo, más armónico. “La realidad” social está suspendida sobre unos paradigmas, estrechos edificios a partir del lenguaje, la ideología, la política, la religión. Trato de escapar de esas verdades “absolutas” y homogeneizantes. Me esfuerzo por escuchar voces secretas, la música del silencio, el arpegio de la noche.
El lenguaje es una aproximación a la realidad, una interpretación del mundo. Pero el lenguaje se ha enfriado, se ha tornado mecánico, ha perdido su misterio, su esencia, sus quintaesencias. Ahora, no sé por qué extraña razón, creo más en el silencio, o, por lo menos, trato de armonizarme en el silencio, de comprender sus cartografías, sus caminos. Esa es la verdad, aquella incomprensible, inabarcable, desde los ojos del hombre.
¿Quieres contarme tu primera vez en el amor? ¿Recuerdas el rostro de esa muchacha?
El rostro del amor es imperceptible a los ojos del poeta. El poeta apenas lo intuye, se acerca a él. Mi primera vez en el amor, el amor que asoma, fue a través de una experiencia onírica. Fue la aparición de Aniquirona, una mujer que me dictaba versos y a la cual veía sin ver. Jamás pude ver su rostro. Y digo pude porque hace años no la veo, ni siquiera la sospecho. Esa mujer onírica –si acaso no es más real que quien esto escribe-, tenía una fisonomía, pero jamás pude ver su rostro, su cara. Alguna vez la vi con un amuleto y ella se fundía con la madera, con una mesa de madera. Eran una sola. Casi puedo verla en su totalidad, tenía una apariencia indígena. Creo que ese es el amor, el amor que se levanta sobre raciocinios culturales, al modo de Platón. Lo demás es capricho, pasión, deseo. Y conste que los he sentido muchas veces. Los he sentido y los he gozado, vivido, bebido. He bebido de sus mieses. Y he visto la luz muchas veces. La he tocado. Creo que todas las mujeres están en una. Cuando uno besa, acaricia, ama y posee a una sola –no importa que sea la menos bella, según el concepto occidental de lo bello- las está amando, como género, a todas.
Cuando uno ultraja, la ofensa, la ignominia, será para todas.
No es necesario –eso ya lo he comprobado-, que las bocas se afanen por transmutar.
La mujer es dinámica, mutable.
Hoy no es la de ayer; la de hoy no será mañana.
Lo femenino está en todas y como fuerza, como energía, como descarga, vive en permanente rotación, traslación por un eje que nunca será el mismo.
Esta mujer que amo –y acaso conozco, acaso retengo- es todas las noches otra.
Esa ilusión de Don Juan –que realmente buscaba a la mujer y no a lo femenino- está ataviada de dolor e impotencia.
Siempre estará esa energía en nuestras manos cuando una sola esté a nuestra merced.
El hombre tiene la edad de la mujer que acaricia, diría alguien.
Me atrevo a algo distinto: el hombre tiene la edad de todas las mujeres.
Si tuvieras a un líder político o religioso frente a ti ¿Qué le dirías?
Nada, ellos no escuchan, y, lo peor, no entienden. El ego de un político los hace “sabios”. Y darle consejos a un político es una bobería. Un líder religioso, que es casi lo mismo, no recibe consejos, los imparte.
Deja un mensaje, si tú quieres, para todos aquellos seres humanos que leerán tus palabras en El Perfil Latinoamericano.
Hermano, los consejos los dan los psiquiatras, y estoy muy lejos de parecérmeles.
¿Para qué sirve una entrevista?
Una entrevista sirve para muchas cosas. Para mentir, para especular, para mostrarme, para proyectarme. Una entrevista es un espejo: refleja cosas reales y monstruosas. Refleja mi vanidad, mi “superioridad”, pero también refleja mi desnudez, mi fibra interior. Y es muy probable que esa desnudez no le guste a muchos, como puede que les guste mi vanidad y la acepten como un exordio, como verdad absoluta. Una entrevista es peligrosa como un cuchillo. Pero también los espejos suelen ser útiles.
Dime la verdad poeta. ¿Este fue un cuestionario rígido, absurdo y sin vuelo?
De mucho vuelo. Las entrevistas nunca serán rígidas, rígidas son las respuestas, el alma de quien responde.
EN ESTA ENTREVISTA LES HE DADO A CONOCER A DOS POETAS AMIGOS MÍOS Y MIEMBROS DE 'LA VOZ DE LA PALABRA ESCRITA INTERNACIONAL'.
¡FELICIDADES A AMBOS, JUAN Y WINSTON!
ALICIA ROSELL, 11 DE FEBRERO DE 2009
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