DE LA SERIE HEROÍNAS (GRANDES MUJERES)
Su lucha feminista hizo a todas las mujeres un poco más libres. Beatriz Gimeno rememora la vida de la escritora estadounidense, una mujer libre que decidió ser dueña de su destino hasta el final.
A Charlotte Perkins-Gilman (1860-1935) los médicos le prohibieron leer y escribir, lo único que le permitía escapar de su asfixiante vida familiar de esposa y madre. Según ellos, el trabajo intelectual era perjudicial para la salud de las mujeres y a Charlotte, lectora empedernida, se la condenó a no tocar un lápiz, un pincel o una pluma en toda su vida y a pasar la mayor parte del día tumbada en su cama. Esta experiencia la relató luego en su obra más conocida, 'El papel amarillo de la pared', en la que describe el descenso a la locura de una mujer que permanece en su habitación, los ojos fijos en el papel de la pared, el marido siempre trabajando y ella condenada a ser “el ángel de la casa”, alguien con la obligación de ser delicada, frágil, etérea, inútil.
Charlotte decidió escapar de ese horror y leer y escribir a escondidas. Y, cuando pudo escapar de su encierro, lo hizo.
“Tengo una foto de Charlotte Perkins-Gilman en mi escritorio, de manera que la veo cada vez que me siento a escribir”, escribe en este número Beatriz Gimeno, secretaria general de la Federación Estatal de Lesbianas y Gays, es autora de “La liberación de una generación: historia y análisis político del lesbianismo”. “Mis amigos siempre piensan que se trata de una antepasada mía y lo cierto es que se me ha hecho tan familiar que a veces me parece que sí, que es alguien de mi familia. De lo que no cabe duda, viendo su foto, es que desde el pasado me sigue diciendo, nos sigue diciendo a todas las mujeres, que no nos rindamos. No hay más que ver su aspecto decidido, la barbilla alta, mirando al frente desafiante, los brazos cruzados sobre el pecho en un gesto tan poco apropiado para una dama del siglo XIX. Y al fondo, una estantería con libros”. Gimeno recuerda en este número la lucha de Perkins contra aquel destino, que le condenaba a ser el “ángel de la casa”.