RECUPERAR LA MEMORIA LITERARIA EXTREMEÑA (2º)
“BRUJERÍA”
FRANCISCO VALDÉS NICOLAU
-RELATO-
"Pues no cabe otro remedio para curar a la chica, tía Rosa. Las inyecciones se las compra usted y que se las ponga Fernando, el practicante: lo ha dicho el médico. Y sobre todo hay que hacer lo posible porque la muchacha varíe de vida y evitar que la tristeza y la pena se la coman.
-Pero si no pué sé. Me quié usté icí, señorito, cómo vamo a cambiá e vida; semos probe y no poemo gozá de laz cosa que puieran alegrala y quitala su mal d'encima. ¡Ay, señó, qu'esgracia maz grande!
La tía Rosa era viuda. Sólo tenía una hija, una hija embrujada. La tía Rosa, con su cara rugosa y prieta, el pelo plateado, moleja, los ojos azules claros, se ganaba el sustento lavando, restregando los trapos sucios sobre los grises canchales, marginales al Hortigas. ¡Daba gloria ver las piezas lavadas y coladas por la tía Rosa resecarse sobre las peñas y las adelfas, tersas y límpidas, bruñidas por aquellas manos huesudas y diminutas, remate de unas muñecas laboriosas y santas! ¡Daba gloria ver a la tía Rosa afanosa y contenta, zarpullando y golpeando la ropa contra los arrugados canchos berroqueños!
Y ahora qué triste estaba. Entró temerosa en la sala burguesa, seguida de su hija moza, la embrujada, a pedir consuelo y consejo para sus dolores y sufrimientos. ¡Se le moría la hija, la hija única! En tres meses había perdido todo: sus frescos colores, sus carnes magras, rollizas, palpitantes, el brillo intenso de sus grandes ojos negros, la alegría de su rostro, el coral de sus labios, la esbeltez y gallardía de su talle, la turgencia de sus senos.
La pobre muchacha daba pena verla. Estaba pálida, ojerosa, marchitada, enjuta, casi en los huesos, triste y torturada. No desplegaba los labios y tenía clavados los ojos en el suelo, como si se abriera un abismo a sus pies. Cogida del pañuelo rameado de la madre, sacudida, de vez en vez, por un convulsivo estremecimiento nervioso, se sentía aferrada a su abominable dolor de brujería.
*
-¡Madre, madrecita del alma! ¡Dios santo, ya está aquí! ¡Madre, madre! ¿No lo ve usted?
La hija de la tía Rosa clamaba con su voz, anegada de angustia, el auxilio de la madre. Sus ojos rutilantes estaba vidriados en extravío. Encorvada, como una vieja decrépita, se llevaba las dos manos marfilinas y descarnadas al costado izquierdo del vientre. Gritaba, se deshacía en sollozos y lamentos torturantes.
Acudió la madre. Acudieron las vecinas, presurosas, en socorro.
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Ya hacía más de dos meses que las vecinas acudían, solícitas y espantadas, la mayor parte de los días, a auxiliar a la hija de la tía Rosa. ¿El motivo? Ellas lo decían. Un cuervo negro y "creminal" rondaba la barriada. Dos mocitas tenían el "mal de ojo", estaban embrujadas. Se veía al pajarraco revolotear por las encrucijadas callejeras, negro y maléfico, algunas veces, a la caída de la tarde. Era en invierno. Años anteriores también se le había visto. Hogaño revoloteaba con insistencia por encima del tejado de la casa de la tía Rosa y de la otra vecina que tenía la hija con desganos y desflorida. Unos viejos oyeron en cierta ocasión unos graznidos alarmantes, agoreros y raros: Sí, son los del cuervo, dijeron unánimes los vecinos. Contaba una pareja de enamorados que una noche sintieron a sus plantas un aletazo espantoso, y, luego, una sombra que huía veloz arañando la pared de la casa a cuya puerta estaban de palique: No cabe duda, es el cuervo maldito, clamaron los vecinos. A una niña la encontraron cierto día privada de sentido en el corral de su casa, y no sabiendo dar explicación de su desmayo, opinaron los vecinos que el cuervo había sido el causante del ajunco que sufrió la clorótica rapaza.
Llegó a tomar tal incremento en la barriada la creencia supersticiosa, que se avisó al párroco de lo que pasaba. El párroco les dijo que no era nada, que creyeran en Dios y, por si acaso, que rezasen devotamente. Sin embargo, una beata muy dada a curanderías trajo una mañana un jarrito de agua bendita, que roció por la casa de la tía Rosa y la otra mujer de la mocita embrujada. Los labradores acudían cada vez más temprano del trabajo temiendo la noche en los caminos. Alguno compró escopeta por sí o por no. Una noche, habiendo salido a avisar a la comadrona el marido de una mujer que desde hacía hora y media estaba con los dolores del parto, vio al cuervo en la cumbrera de su casa, y, más muerto que vivo, le arrojó un guijarro, saliendo espantado y veloz. Cuando tornó a su casa ya tenía otro hijo: Hasta que no voló el cuervo no parió la mujer, dijeron al siguiente día las vecinas... Y así iba engrosando la creencia de negrura y brujería en todo el barrio, en todo el poblado.
*
Acostaron las vecinas a la hija de la tía Rosa. Estaba hecha un ovillo. "Aquí está, aquí sigue"; y con sus afiladas, marfilinas manos se cogía la carne del vientre a través de sus ropas en desorden. Su cara se había tornado pálida, verdosa y endurecida. Se orlaron sus ojos con sendas manchas de un intenso color morado. Dilatábanse los cartílagos de su nariz. Y unos goterones de frío sudor brotaban de su frente.
La quitaron la blusa y el pañuelo: "Ahora aquí, en esta parte. ¡Maldición!", y se llevaba las manos al leve y plácido seno izquierdo. La desnudaron por completo. En todo el cuerpo la dieron friegas de alcohol. Tenía el cuerpo gélido y se le arrebujaron en un mantón que tendieron en la lumbre cocinera. La madre y las vecinas exclamaban: "¡Ay, Señor!" Diéronla de beber una pócima que una vecina curandera había recomendado. Después hicieron la señal de la cruz en aquellos sitios en que el ave agorera y maléfica había clavado su garra cruel y satánica. Y la enferma dijo en un suspiro: "Huye, huye ahora mesmo. ¿No le veis, no le veis? Por ahí...", señalando una ventana pequeña cercana al tejado del cuartucho. Todas las vecinas vieron escapar por aquella ventana la negra alimaña del maleficio.
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A dos leguas del pueblo donde vive la tía Rosa se encuentra la casona solariega de una familia hacendada: un cortijo rodeado y oculto por recias encinas ancestrales. Ahora le habita un hombre sesentón, raro, y maniático, a quien el pueblo llama don Satán.
Desligado del mundo, misántropo y corroído por la lujuria, se refugió entre los gruesos muros de la casona campesina y desde allí cuida de sus rebaños, sus piaras, sus galgos y sus potros. Aparentemente es un hombre normal. Alto, flaco, de testa encuadrada, labios gruesos, largas barbas canosas y descuidadas melenas grises. Un hacendado con el riñón bien repleto, un hidalgo de los antiguos tiempos de pendón, horca y cuchillo, espléndido y patriarcal; con sus serviciales, caprichoso y soberbio.
Pero... Han descendido sobre el haz de la tierra las tupidas sombras de la noche. Si os adentráis en las habitaciones privadas de su viejo casón, aislado del mundo, percibiréis un intenso olor a cera, alquitrán y hierbas raras, veréis una figura huesuda, con una amplia túnica rameada por hilos de plata, un capirucho agudo sobre su cabeza, unos sarmentosos brazos que se recrean haciendo signos y cabriolas esotéricas, unos hondos y angustiosos suspiros de mujer...
¡Oh tú, Guadalupe la trujillana; oh, tú, Fuensanta la cacereña; oh, tú, Carola la emeritense; cándidas víctimas de este ogro sensual y nigromante, blancas y puras palomas heridas por la zarpa de este gavilán del hipnotismo, flores lozanas marchitadas por la pestilencia de la hechicería y el terror, cuán digno de compasión y amor es vuestro suplicio!
No sois vosotras, Guadalupe, Fuensanta y Carola, las primeras víctimas de la magia, la hechicería y el sonambulismo. No. Esta tierra nuestra extremeña es el país de los iluminados por excelencia.
Cuenta Gil González Dávila en su Historia de Salamanca que hay unas gentes hacia la parte de Llerena y Mérida y villas de estos contornos que, engañadas de las leyes bestiales de la carne y nueva luz y espíritu que fingían, engañaban a los simplecillos ignorantes. Sus preceptos y leyes venían a parar todos a rendirse y obedecer al imperio de la carne.
Mira de Mescua, Vélez de Guevara y Coello hicieron una preciosa comedia con asunto de posesión e iluminismo que llamaron El pleito del diablo con el cura de Madrigalejos.
Un fraile, el padre Chamizo, extremeño, inspiraba a sus beatas un fuego algo más que divino. Parece que no hizo más que treinta y cuatro víctimas, al decir de don Vicente Barrantes en un libro sobre nuestra región.
Los ejemplos pudiéramos multiplicarlos. Entonces, en el siglo XVII, la crónica escandalosa de los nigrománticos, heréticos, llamados iluminados, es extensa y bestial, y las rosas virginales de lozanía que fueron tronchadas no pueden contarse.
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Han pasado varios meses. La tía Rosa tiene un habitante más en su casa. Medio año va a cumplir el nieto: la alegría del hogar. Es un rollizo angelote que no llora más que cuando está hambriento. Ha nacido con una espesa mata de pelo en la cabeza.
La madre le da el pecho pensativa y serena. Constantemente le colma de besos. Ha recobrado la madre su lozanía y sus carnes, sus frescos colores y su esbelta gallardía. De vez en vez entona coplas dulces y sentimentales. A veces, a la caída de la tarde, llora lágrimas de melancolía. Ya ayuda en el río a la viejecita de su corazón. Y cuando piensa, a solas, mientras sostiene en el regazo al hijo de sus entrañas, una cadena de emociones, alegres y tristes, la invaden, concluyendo por descansar su pena en aquel buen señor del pueblo que las protege, que apadrinó a su nene y que le quiere como si fuera hijo suyo también.
Desapareció el cuervo negro de la barriada. Ha vuelto la tranquilidad y el sosiego. Las gentes viven en calma. Las campanas de la parroquia continúan plañendo siempre igual. Unos mueren y otros vienen a la vida para ocupar el sitio que dejaron los idos. La marcha de la vida continúa monótona e inexorable. Y en aquel cortijo, oculto por las recias encinas milenarias, siguen anidando los cuervos negros que embrujan a las mocitas, como siempre, como siempre..."
De Ocho estampas extremeñas con su marco. Badajoz, 1998.
Fuente: Portal de Escritores de ExtremaduraTomado de Manuel Simón Viola, La narración corta en Extremadura, Servicio de Publicaciones de la Diputación de Badajoz, Badajoz, 2000.
Etiquetas: Relatos