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domingo, 13 de agosto de 2006

ADAPTAR NOVELAS AL CINE: UN TRABAJO DURO

" EL ARTE DE ADAPTAR SIN DESTROZAR LA ESENCIA DE LA NOVELA "

El resultado es la película 'Las razones de mis amigos', que estos días se proyecta en España. El guión corrió a cargo de Ángeles González-Sinde, quien ya lograra un Goya por 'La buena estrella', nos cuenta lo que supuso enfrentarse al texto de Gopegui.

[Ángeles González-Sinde, que cuenta en su haber -además del ya mencionado La buena estrella- guiones como Lágrimas negras o Segunda piel, ha querido explicar a Babab lo que supuso adaptar el texto de Belén Gopegui.]

ÁNGELES GONZÁLEZ-SINDE - Adaptar novelas para el cine es mucho más complejo que escribir historias originales. Si en un guión original el guionista debe estrujarse la mollera sumando giros, acontecimientos y diálogos que no sólo expresen aquello que desea contar, sino que además mantengan el interés del espectador, al adaptar una novela el trabajo es completamente el opuesto. Se trata de quitar, reduciendo cientos de páginas de su esencia.

A eso hay que sumar que la literatura permite trampas y engaños que en el cine están vedados. Las reglas del cine son muchas y muy estrictas. Hay una norma y pocas variantes. Cuando me he enfrentado a otras adaptaciones me he desesperado por encajar una narración en otra viendo cómo éstas se peleaban. Me he muerto de envidia y he maldito a los novelistas porque ellos tenían una tarea tan fácil inventando sin límites y yo tenía una tan difícil poniendo orden a aquello.

Nada que ver con Las razones de mis amigos. La novela de Gopegui estaba tan perfectamente engarzada en todos sus mecanismos que su traducción al cine ha sido la tarea más grata, apasionante y enriquecedora de mi carrera".

ANEXO:

SOBRE LOS NOVELISTAS ESPAÑOLES NACIDOS EN LA DÉCADA DE LOS SESENTA


“A Gonzalo Torrente Ballester se le pudo escuchar alguna vez decir que los escritores jóvenes tenían demasiado apego a la realidad. Entre los novelistas nacidos en España en la década de los sesenta, quizás sean la excepción Andrés Ibáñez y Felipe Benítez Reyes. La última novela de Ibáñez, El mundo en la era de Varick -que no deja de ser una simple novela de entretenimiento-, está recorrida por un ente extraterrestre, mientras que en El novio del mundo, de Benítez Reyes, la realidad se rompe a golpe de ingeniosos disparates. Ignacio Martínez de Pisón, al igual que Benítez Reyes o Luis Magrinyà, nació en 1960. Es un escritor prolífico que comenzó su andadura con veintipocos años y que, como Gopegui (a quien entrevistamos en este artículo) o Bonilla, ha visto una de sus obras adaptada a la pantalla: Carreteras secundarias, donde se nos cuenta la peculiar relación de un padre con su hijo.

En el caso de Giralt Torrente (Madrid, 1968) es la figura de la madre la que ocupa su única novela, París, un magnífico texto donde el tono pausado se rompe innecesariamente hacia el final del libro, pero que sitúa a su autor en un lugar de honor en nuestras letras. Como Giralt Torrente, Luis Marinyà también comenzó su andadura con un libro de relatos y también ha recibido con su única novela -Los dos Luises- el Premio Herralde.

Más joven que él, Juan Bonilla es otro que debutó con un notable libro de cuentos (El que apaga la luz), para continuar con su decepcionante Nadie conoce a nadie, que su producción -extensa y variopinta- está contribuyendo a olvidar. Igualmente notable fue el inicio de Juana Salabert (París, 1962), quien en 1996 publicó sus dos primeras y deslumbrantes novelas: Varadero y Arde lo que será, aunque se diría que no termina de encontrar el estilo ni los asuntos que busca. El mismo año que ella nació Luis G. Martín, que después de un libro de cuentos publicó La dulce ira, acogida con aplauso por la crítica.

Marta Sanz es, junto a Giralt Torrente, la más joven de esta lista. El frío supuso el descubrimiento de una autora exigente, que se enfrentaba a la locura y el amor. Por cierto, en su segunda novela, publicada por Debate, Lenguas muertas -donde el lirismo resulta excesivo- se puede encontrar en sus páginas 69-70 una especie de confesión generacional. Todos ellos, junto a Gopegui, configuran una lista que se podría alargar indefinidamente (Orejudo, Loriga, Javier Pastor, Almudena Grandes, Benjamín Prado...) y aun así el lector seguiría encontrando ausencias injustificables y presencias inmerecidas, como no podía ser de otro modo al tratar de literatura.

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-ALICIA ROSELL, 2006-

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