DE LA NOCHE OSCURA Y OTROS RELATOS
MUERTE -Dibujo de Durero (1505)
Lo recuerdo perfectamente. Le atravesaba la cara una cicatriz vengativa, como una curvatura cenizosa que de un lado quebraba la sien y del otro el malar. De tez blanca, ojos azules y glaciales y piel colorada, infundía más que respeto temor por ese vozarrón que brotaba de una boca inusualmente grande, dibujada por gruesos y repulsivos labios. Peinaba canas, y su mirada incisiva, cruel, nacía de unos ojos no del todo abiertos por párpados enrojecidos. Así como el tono de su cabello, en su cara larga y arrugada resaltaban cejas blancas, pobladas y erizadas, y unos espesos bigotes, caídos y de matiz amarillento. Medía aproximadamente un metro noventa, y andaba siempre con una capa española echada sobre los hombros.
Se decía que había llegado a Sapahaqui prófugo de la justicia argentina que lo buscaba como al criminal más temible de su natal Orán, un departamento de la provincia de Salta. Así, huyendo de la justicia, nadie sabía a ciencia cierta cómo había ido a parar a esas remotas tierras de los valles paceños. Sin profesión ni oficio conocidos, pero con una habilidad pocas veces vista, o quizás nunca en esos parajes de tanta quietud, cargaba sobre la conciencia no pocos asesinatos cuya comisión nadie, en resguardo de su pellejo, había osado denunciar o sancionar. El hombre de la capa, el sanguinario Facundo, había hecho de aquel modesto poblado un verdadero refugio hostigando con su malévolo poder a cuanto lugareño moraba en ese edénico valle encajonado entre dos montañas, cubierto de huertos que producían sabrosas frutas de clima templado: uvas, peras, higos. Las fincas, emplazadas a lo largo del río, y regadas por las aguas, torrentosas a veces por las precipitaciones nacidas en la cabecera del valle, conservaban aún enormes tinajas colocadas por los conquistadores españoles para almacenar los vinos, los licores de peras y los aguardientes baratos destilados de higos[...]