MATAR A UN RUISEÑOR: OTRA VISIÓN
Voló. Hace días que escribía mentiras, que silenció verdades como puños y se le deshizo el verbo en la palabra. Durante años calló en su boca, pronta a partir, la confesión más dura, vil, como espadachín sin espada, apuntaba a su corazón la daga y ella no la supo escupir. Pobre emoción impresa en la garganta, queda, muda, sin salir de su cautiverio para nada.
Voló, sí. Como las mariposas del amor, pues eso era. Se fueron quedando sus dedos impregnados del color que cubría las alas de mariposa. Se le murió el verbo mientras renacía en su propio nombre, rehecho cual fantasía, pura utopía, refrán amargo colorido de miel, y explotó en su boca. Lo oyeron a miles de kilómetros, tras las murallas de los conventos se escandalizaron frailes y monjas. Volvióse el sacrilegio verbo, ahora nadie la ha de perdonar. Es, como aquella película del cine, una mujer marcada; para siempre, mancillada en bocas infames que tienen que romper su honor porque no pueden robarle la mirada. Que la tiene infinita, siempre puesta en lontananza.
Esperaba su caballero andante para que la recogiera del suelo y sobre su corcel blanco la raptara. Huiría con la marca, hacia los horizontes yermos de perdidas almas. No más llantos, no más rechazos; las aviesas miradas no atravesarían más sus ojos llenos de baldías lágrimas; campos en barbecho, color avellana deslucido, su cuerpo un poema al suicidio y su corazón hecho jirones por la imposible palabra que durante años reprimió en su boca sin obtener el indulto.
Voló. Nadie sabe quien la raptó, qué palabra le brotó, cual era su marca. Jamás se sabrá su nombre, ni la veremos por las calles. Podemos imaginarla rota como muñeca de porcelana, en una esquina de la calle, bajo el frondoso árbol, solazada; intentaremos soñar que vivió su sueño sin requiebros que la volvieran 'majara'. La mujer marcada ya no mantiene luchas con la tristeza que la anidaba. Se puede estar muriendo en un meandro de río, cercano el mar que con las olas se la llevará con Neptuno hacia sus fondos tenebrosos, sola y abandonada. Hecha un ovillo, aterida de frío puede estar pasando la noche en un monte, cerca de las estrellas que se cogen en un puño imaginario y no se tocan por lejanía. Inalcanzables, como su sueño, las heridas la adormecerán poco a poco y arrullada con ellas caerá en un sopor profundo del que no volverá a salir.
Voló. La encontraron muerta hace siglos, es la misma mujer de hace años, meses y días. La misma mujer marcada por el amor bajo el fuego de la ignonimia. Murió, no importa dónde se hallara su cuerpo cosido a puñaladas, quemado después de apaleado, ahorcada o envenenada. El hombre del corcel con su espada no era un el príncipe de sus sueños. Se la robó para esconderla en su torre de marfil, le puso una mordaza en la boca y ya nunca jamás pudo gritar su nombre. Se deshizo el brillo de su pupila en arcoiris de lágrimas que escondía para no levantar más iras. Se tapó los brazos y las piernas para no despertar penas ante la visión de su piel mortecina. Nada podía decir. Y enmudeció.
Hoy, como ayer, como mañana, sabremos de su pérdida por los periódicos. De pasada diremos, 'otra más', y no otra cosa más oiremos que acalle el ruido de la vida esta mañana, y las campanas tañerán a muerto como en los pueblos, 'tan-tan-tan' que escucharán mis oídos y mi llanto barrerá mi estómago como remolino vomitado. Yo me diré un responso en silencio, la tendré todo el día en mi mirada, callaré contra la infamia del caballero sin espada. El trovador ya no canta el 'romance de la mujer muerta' por los pueblos, pero yo presto estas líneas a modo de trovadora de nuestro tiempo.
Me duele no velarla, podría contarle hermosos cuentos que dulcificaran su yaciente corazón que se le secó en la cavidad torácica, cautiverio perpetuo que nadie pareció ver. Si no estuviera mal, yo misma con estas manos torpes, se lo arrancaba. Quisiera asegurarle el descanso pleno. Si no estuviera mal, yo misma, antes que dejarla a la suerte del hombre monstruo, la dormiría con poemas mientras la matara con besos, aunque yo no sea un príncipe caballero. Si la pena de cárcel no cayera sobre mí, yo lo mataba a él, la ley del talión o el diente por diente, tan antiguos sistemas usaría. 'Nadie mate a nadie', que se me revela la memoria de la cordura. Me preocupa no saber si quienes dijeron frases así no cometieron ninguna o similares vilezas. Veo hombres educados que visten impecable traje, sonrientes, bien peinados, me los cruzo todos los días, los miro con recelo, guapos, feos; Ejecutivo, obrero, profesor, todos los meto en el saco de los recuerdos. 'Por si acaso', pienso -ingenua de mí-, no vaya a ser alguno de ellos el culpable de la muerte de una prima, mi vecina, una amiga, mi cuñada o mi propia madre. Y no pensé en mí...
... Pero recordé a Virginia, que apareció en una cuneta en el monte Artxanda, de fondo un Bilbao hermoso explotaba con el sol que calentó con reparo su cuerpo congelado, hasta que se la llevaron metida en una funda de plástico con corredera; la ví y me recordó a las bolsas de basura camino del vertedero. Hay tantos barrancos donde perecer, montes donde sepultar y ríos a los que arrojar sus cuerpos rotos y, sin embargo, la muerte que se las llevó nos devuelve los despojos. Es pequeña esa venganza, pero si me matan yo quiero aparecer, y aunque muda, mi cuerpo hablará por mí. Mejor que no me maten, pues juro venganza.
'Nunca fue hermoso morir de amor por ti', pido que pongan en mi lápida. Este sería el alegato en mi defensa. La condena, que venga después. Les pido un último deseo, mujeres del mundo: ¡NO CALLÉIS! Que no os ocurra como a la mujer del cuento que acabáis de leer.
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"Ayer se cumplieron treinta años desde que un verdugo ejecutó su último garrote vil en España. Hasta ahora siguen apareciendo mujeres asesinadas en Ciudad Juárez, en Latinoamérica toda, en pueblos del África profunda, Asía ancestral y Europa, viejo mundo que no aprende. En el siglo XXI, año 2006, sujetas a impías normas tribales y religiosas, las mujeres siguen sin tener más derechos. El único que no pierden es el de morir, y ese derecho es una invitación directa al asesinato con alevosía. 'Si no es para mí, -dicen- ¡Ni para mí ni para nadie! ¿Va dirigido a las mujeres marcadas? Las que no volaron ya lo harán, y las que ya lo hicieron, ni siquiera disfrutarán su paz. Se dejaron demasidas cosas atrás: Vagaran por los caminos inescrutables a lomos de mariposa herida por toda la Eternidad, me consuelo"
Fotos: La Nit de la Iguana
"Este relato lo escribí esta madrugada, sin premeditación. Me senté y puse la primera palabra. Todo lo demás fue encajando como un puzzle. Sin decir sus nombres todas caben en nuestro recuerdo: 'Las víctimas de la violencia de género', las llaman, este apelativo me suena a escamoteo. Espero que quienes lo leáis derraméis unas lágrimas por ellas. No les devolveremos la vida pero sí la palabra. Quizá se esfume la marca que las mancillaba con el ultimo hálito de vida. 'Se vive en el recuerdo que se alimenta de esperanzas', resuena el eco del silencio. Sello ya mi boca". alicia rosell
Pues alzo mi voz..que cese la violencia, contra las mujeres y contar el mundo entero. Que dejen de matar!!
Gracias por comentarme un día!! Pues no recuerdo si lo dije antes.
Posted by Anónimo | sábado, 16 septiembre, 2006
Así es, sadecon, debemos alzar la voz muy alto, pero parece que eso no hace que se nos escuche lo suficiente.
No te preocupes si te comenté y no contestaste alguna vez. Me ocurre a menudo, pero es cuestión de paciencia.
Gracias por estar aquí. Buen fin de semana, maja.
Puri.
Posted by Alicia Rosell | sábado, 16 septiembre, 2006