ESCRITORES INVENTADOS - J.T. LeRoy
J.T. LeRoy, el escritor que nunca existió
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El mundillo literario estaba conmocionado: J.T. LeRoy no existía. Alguien, sí, escribía sus novelas, pero el autor cuyas obra y vida, íntimamente relacionadas, emocionaran a tantos era una invención, una receta: tres cuartos de Laura Albert, la escritora auténtica, y un cuarto de Savannah Knoop, la mujer que le prestó su físico andrógino con toque Michael Jackson. Esta filigrana de la superchería literaria cuajó con la publicación de Sarah, la historia de Cherry Vanilla, un chico de 12 años con un firme propósito: convertirse en la prostituta más famosa de su barrio. "Está dispuesto a ser más mujer que nadie -leemos en el texto promocional-, especialmente más mujer que su eterna rival, su madre, Sarah, quien también se dedica a la prostitución."
El libro fue un bombazo, a cuyo socaire llegó a las librerías El corazón es mentiroso, relatos cortos escritos antes que Sarah en los que LeRoy se remonta a su infancia y primera adolescencia. Escuchemos a los publicistas: "Su madre lo tuvo a los 14 años e inmediatamente lo abandonó en un orfanato, del que lo sacaría poco tiempo después para llevárselo en busca de la felicidad del sueño americano. En ocasiones, cuando J.T. era ya un adolescente, su madre lo vestía de chica y lo presentaba como su hermana pequeña, hasta que con el tiempo compartieron hombres y drogas". Se decía que había sido el psicoanalista del malhadado chaval quien le había recomendado, como parte de su terapia, que anotara sus vivencias negro sobre blanco. Lo de publicar vino después... e hizo de él un caso célebre. Se hacían lenguas de su genio los escritores Dennis Cooper, Zadie Smith o Dave Eggers, los cineastas Gus Van Sant o Asia Argento (se rumoreaba que era su novia) y los músicos de Garbage, además de Tom Waits, quien presentó su último trabajo, la novela corta Harold¿s End. Los periodistas lo buscaban, y el ídolo nunca defraudaba: se mostraba cubierto por una lacia peluca rubia y parapetado tras unas gafas herederas de la estética 1, 2, 3; a veces comparecía completamente travestido, y siempre causaba asombro su vocecilla atiplada.
En el 2002, el redactor que lo entrevistó para el suplemento La Luna de El Mundo le hizo una observación atinada: "Hay una especie de frialdad al narrar ciertos pasajes que, bueno, es como si eso no te hubiera ocurrido a ti..." No habían transcurrido tres años y el entramado se vino abajo estrepitosamente, gracias al trabajo de un periodista de The New York Magazine. Cuentan que hasta su agente se quedó de una pieza. Descubierta la engañifa, que algunos maliciaban, quedaba por saber si esto restaba mérito a la obra editada. Unos concluyeron que no; otros, quizás aquellos que la leyeron a la luz de su morboso interés autobiográfico, que sí. creían estar ante una oveja descarriada que se redimía gracias a la literatura, y se topaban con una mujer avispada y sin escrúpulos que durante la apoteosis de LeRoy se presentaba como su ángel guardián.
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Qué leer | 25/4/2006 |