CUENTO.- EL DOLOR DE UN SOPAPO
" ...Crujía la madera. Como todos los inviernos gemía sin descanso. El sonido ronco se propagaba como un ritual y acompañaba a los moradores de la casona desde los tiempos de la última guerra.
-Hablan los suelos, madre -le habían dicho siempre sus hijos a Frasca. Ella, aunque poco instruida, les repetía cansina que aquello no era posible.
A Luisa y a José las explicaciones de su madre les sabían a cuentos de Calleja. Los suelos chirriaban a todas horas en un quejido infernal sólo parecido a una vida cuando barrunta la llegada del fin. Muy viejos estaban, pues más de cuarenta años llevaba la casa sin ser remozada. Las paredes se caían a pedazos, la cal se hacia jirones manchando los muebles y el tejado filtraba las lluvias inclementes propias de la región[...]
-Madre, ¿por qué lloran los suelos? -José no se daba por vencido y volvía a la carga con sus insidiosas preguntas de muchacho que todo lo quiere saber.
Su madre, agotada ya con tanta pregunta fastidiosa, le soltó un sopapo esa misma noche. Frasca no durmió, pues terribles pesadillas oteaban el horizonte de su insomnio. José lloraría hasta desaguar sus ojos en un vano intento por acallar la rabia. Su hermana fregó los platos enjugándolos con sus lágrimas, sin entender a su madre y compadeciendo a su hermano. "Sólo quiere saber, sólo saber..." Así rumiaba con su propio silencio la infeliz chiquilla.
En una semana, el sol salió de nuevo, templó los campos y florecieron las margaritas. No se volvió a hablar del crujido misterioso de la madera. Una tarde, mientras Luisa leía un libro sentada bajo un sauce, oyó el restañar doloroso de sus ramas. Entonces, creyó entenderlo todo.
-Los suelos hablaban porque son de madera. ¡Fíjate, José, son árboles! -gritaba señalando la frondosidad del sauce y escrutando el rostro impávido de su hermano [...]
El muchacho enmudeció durante días. No quiso volver a oír ni hablar del tema, mucho menos con su madre, siempre exhausta como estaba tras largas jornadas de trabajo como lavandera, otras de planchadora o costurera. Fue Luisa quien, con menos cautela y sin medir las consecuencias, la abordó en una sobremesa viéndola solazada, como pocas veces tenían el gusto.
-José está muy triste, madre, ya sabe Ud. por qué - se lo espetó sin asomo de apuro en el semblante.
-No, no lo sé, pero como sea por culpa de alguna mala pécora se puede ir preparando -lo escupió aunque sabía que su hijo tan sólo tenía quince años.
-Es por los suelos, Ud. le pegó, ¿lo recuerda, madre? -Frasca comenzó un sollozo ahíto, entrecerrados los ojos y prietos los labios -No debió hacerlo. Descubrí por qué gimen los suelos -la mujer se recompuso de su llantina y la encaró con el desafío impropio de una madre.
-Haber, sabihonda, ¿qué sabes tú de árboles, madera y todo eso?
Luisa no se anduvo con remilgos y sin amilanarse le lanzó la respuesta en un bramido:
-Lloran porque están muertos en vida, como Ud. madre, desde que nos abandonara padre.
Esa noche José durmió entre los brazos de su madre que lo reconfortaba así de una tristeza de la cual sólo ella era responsable.
-¡Ay, si no te parecieras tanto a él, hijo! ¡Maldito sea tu padre! -Susurró al oído del niño creyendo que dormía.
Aquélla noche, víspera de su cumpleaños, todavía con el recuerdo del dolor de un sopapo, José se hizo mayor de golpe [...]"
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Alicia Rosell -Extracto de mi recopilación de relatos cortos "Últimas Soledades"
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Relato publicado a fecha 26/09/06 en YOESCRIBO.COM-Fundación Cabana