LIBROS, MUCHOS LIBROS (Deja tu opinión: Hay 8 comentarios)

Estimados Lectores: Encuentro este interesante artículo y me llevo las manos a la cabeza. ¿Quién lo escribió? Archivado entre los borradores de mi blog, hallo esta joya de un escritor español cuyo nombre perdí o borré por culpa de la divina tecnología. ¿Dónde está el enlace con el cual siempre me remito a la fuente? ¡Ay, pobre de mi! El artículo en cuestión es del mes de mayo. Ruego a quienes puedan decirme quien lo escribió, tenga la amabilidad de dejarme un comentario. Y es que, 'LIBROS, MUCHOS LIBROS' es una lectura obligatoria cuyos pensamientos y reflexiones suscribo con rotundidad porque me identifico plenamente en sus palabras.
Pido disculpas a este autor, y lo hago con la intención de darle las gracias por estas palabras que ya hubiera yo querido haber escrito. Claro que, servidora, no ha tenido aún el suficiente tiempo de vida y escritura para hacerlo. Eso sí, plantearlo de otro modo sí puedo. Les prometo que, sobre el mismo tema, les hablaré en una próxima entrega: con mis experiencias, reflexiones como lectora y escritora, y sobre todo, con mis propias palabras.
Gracias por leerme, y si el autor del artículo me lee también, por gracia divina de la tecnología, por favor, espero se me de a conocer. Apelo a su benevolencia, anónimo escritor. Lean, lean pues el artículo que les propongo y que hallé en 'el baúl de mis recuerdos' (léase archivo de esta página). Verán que tengo motivos para publicarlo aún saltándome la frágil barrera que separa la admiración del plagio descarado. Quienes me conocen y leen saben que Alicia Rosell nunca hace esto. Gracias a todos por su comprensión. Pero, ¿podrá perdonarme su autor?
©Alicia Rosell - 29 de septiembre de 2007-LIBROS, MUCHOS LIBROS
¿Dónde va tanto volumen publicado y publicitado fugazmente? Es un misterio más de las letras.
A lo largo de mi vida, desde la infancia, los libros han sido mis fieles acompañantes; recuerdo los tomitos de los cuentos de Calleja, las Fábulas de Samaniego, los poemas de Teodoro Cuesta, en gastadas ediciones que rodaban por la casa de mis abuelos o de mis padres; después fueron llegando las aventuras de Julio Verne, de Emilio Salgari, del capitán Luiggi Motta, los folletos-cuentos que cada domingo compraba en los quioscos de prensa de Mieres, las novelas románticas, de amores desesperados que reposaban en las mesitas de noche o de la galería, Carmen de Icaza o las hermanas Brönte, Emilia Pardo Bazán o Fernán Caballero.
Libros y más libros, autores y más autores que llenaban algunas estanterías que había en el comedor, en una galería o en el despacho de mi padre. Pequeños libros de bolsillo, la colección Crisol de Aguilar, que parecían perdidos en mesitas, en los hondos cajones de los muebles del pasado, los gigantescos armatostes que llenaban pasillos y dormitorios penumbrosos.
El libro, siempre el libro al lado, casi ahogando el paisaje personal, la vida, el paisaje de un ser humano que no sabía vivir sin ellos, sin sus tapas en piel o en rústica, en cartoné o en sencilla cartulina con una simple y graciosa viñeta. Novelas, poesías, ensayos, obras de estudio en el bachillerato, en la universidad, en el doctorado, después de la universidad, después de todo... Libros que fueron llenando mis casas en Mieres, Oviedo, Gijón, las maletas de mis viajes por medio mundo de Dios y de la fantasía.
Ahora, desde la altura de los años, o en el hondón de mis cansancios, después de tanta lectura y tanta escritura. Tanto escribir para el viento, para algunos lectores, para uno mismo, es hora de preguntar si el mundo necesita tanta y tanta hoja impresa, o tanto cine, tanta televisión. Estamos saturados de todo y por todo; la vida nueva no es la gloriosa del Renacimiento, ni tan siquiera los años apasionados del Romanticismo. Estamos llenos de palabras y más palabras sin sentido, no esperamos mucho de las sociedades modernas y, pese a todo, en la juventud o en la vejez, el libro nos acompaña sin protestar, solamente alarga sus páginas y nos ofrece sus textos para llenar unas horas del día, unas horas de toda una vida.
En una mesa auxiliar de mi despacho, se amontonan libros, muchos libros, casi infinitos libros y me dicen, con sus calladas voces, que me detenga un momento, que no salga a pasear, que olvide la triste tertulia del café, y ponga mis ojos en sus delicadas páginas, en obras que han sido escritas con pasión y amor.
La última novela de Jorge Cela, Papel y sobre ; Poemas de Gijón de Fernando Alvarez; Guía para visitar Iglesias y Conventos del Antiguo Madrid; por orden alfabético , de Jorge Herralde, notas sobre escritores, editores, amigos; La palabra vivida de Rosa Díaz, reunión de todos sus poemarios; El amor no es amado , de Alviso; Apuntes hispano-suizos , de Luis Quer Boule; Aquellos bohemios del café Gijón , de José Bárcena, viaje literario por el famoso café madrileño; Viaje a las Alcarrias, obra escrita al alimón entre Raúl Torres y Alfredo Villaverde; Pelayo Ortega , por Juan Manuel Bonet; Jovellanos , de Gregorio Marañón; El valle del Issa , de Czeslaw Milosz. Y otros cincuenta títulos más que nos pueden decir mucho o no decir nada.
Un canto de sirenas, o una sagrada oración para dar gracias por un título o un autor. Pero la verdad es que tenemos pocas cosas que puedan sorprender en este mundo, bajo la luz del sol o en la claridad de una noche de luna llena.
Todo libro tiene algo bueno, decían los clásicos ingenuos del pasado. ¿Sucede lo mismo ahora, con los miles y miles de títulos que se publican en España al año?. Pero algo tienen cuando no se deja de editar, cuando la existencia de cada criatura-libro es tan breve, tan corta, que se parece a la claridad de un relámpago. Los autores los presentan aquí y acullá a toda velocidad, pues el tiempo que su obra permanece en las librerías es como un soplo, como una brisa que llega y no llega. Todos estos libros se han perdido? Desaparecen para siempre del mundo de los lectores? Es uno de los misterios de nuestro tiempo, pues no se pierden, esperan en los fondos de las librerías, en grandes almacenes, en librerías de lance. Todos, y cada uno de ellos, tienen su vida propia, se venden al falso lector, al amigo, con una publicidad de boca en boca o en un periódico de provincias. Lentamente, acaso muy lentamente, el libro de autor poco conocido, o desconocido totalmente, se va abriendo su caminito entre la nieve de la indiferencia, en el bosque enmarañado de la ignorancia que busca algo para entretenerse. Sí, es todo un misterio, un secreto que nadie descubre.
Cosa lógica, el secreto del hombre se encuentra en los libros.
* Escritor ¿?
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