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jueves, 24 de mayo de 2007

"AMOR EN GOZO" - (Nuevo texto en mi blog "Retahílas Literarias")

"AMOR EN GOZO"

Dieron las nueve en el reloj que se hallaba sobre la repisa de la chimenea de mármol de Trentino. Lo esperaba en la habitación del “Gran Hotel Sheraton” de París. Se habían conocido hacía tan sólo dos horas en el vestíbulo de la recepción. A aquéllas horas estaba atestado de turistas recién desembarcados y un tanto desaliñados, entremezclados con gente elegante que esperaba entrar al comedor a cenar. El gentío la ponía nerviosa. Fue en ese instante cuando se volteó y sus ojos se cruzaron con los de él. Fueron segundos eternos, ninguno parecía querer retirar la mirada del otro. Los separaba el gentío, pero Katia pasó de sentirse sola y vacía a no ver nada más allá del desconocido que la atraía con su intensa mirada.

Hacía dos horas de aquello. Ahora, Katia esperaba al español que cruzó la estancia con aplomo, sorteando la gente que se interponía entre él y ella. Ocurrió todo tan rápido que aún no se había despertado de lo que le parecía un sueño. ¿Qué hacía ella en aquélla suite tan lujosa con un desconocido? No podía recuperarse todavía de la impresión que le causó el hombre cuando, con paso seguro y gran aplomo, acortó la distancia hasta ella sin dejar de mirarla a los ojos. Entonces… él la tomó de la mano con una fiereza dulce y a la vez, posesiva, para arrastrarla hacia el ascensor y llevársela en volandas. Por un momento, se preguntó si él la había rescatado o secuestrado.

Su aturdimiento era tal que todavía no podía ponerle nombre a su propia forma de actuar. Ella, la dulce y sumisa mujer casada, se había ido de la mano del español que la taladró con la mirada en el hall del Hotel. “¿Qué le estaba sucediendo?” No se reconocía. Debía marcharse antes que él volviera. Le había prometido que en menos de una hora estaría de vuelta de su reunión de trabajo, le rogó que lo esperara, que deseaba conocerla. Se lo había susurrado al oído, con una melosa cadencia en su lengua materna a la cual ella se rindió y quedó más hechizada todavía…

Nadie le impedía escapar de la suite. Y sin embargo, ella permanecía a la espera, quizá todavía bajo los efectos del hechizo del hombre que la estremeció nada más verlo. Había empezado a recoger su bolso, dispuesta a marcharse, cuando escuchó que la puerta se abría. Era él. Había regresado. El hombre comprendió la situación enseguida: la mujer que se robó hacía un par de horas se estaba calzando sus zapatos de tacón y se disponía a huir de él. Se apoyó contra la puerta cerrada mientras la miraba interrogativo. Pero no salió palabra alguna de su boca.

Al verlo inclinar la cabeza y adoptar esa pose, ella supo que tendría que darle una explicación. Pero, ¿qué podía decirle? Que los remordimientos la estaban torturando, era cierto. Sin embargo, que Dios la perdonara, pero volver a verlo la devolvió al éxtasis que el aspecto varonil del hombre le causaba; soltó el bolso y se dejó caer en el sofá.

-Tardabas, lo siento, ya me iba. Verás, yo nunca… he hecho una cosa así. No sé qué me ha pasado…

-¿Acaso me tienes miedo? –Se había ido acercando a ella a paso lento, se le veía circunspecto, pero si ella se había sentado en el sofá todavía le quedaban esperanzas de retenerla.

-No entiendo nada: me coges de la mano, me arrastras tras de ti y me dejas aquí esperando. Verás, yo no soy una cualquiera. Tal vez me has confundido con una mujer de vida alegre.

-¿Lo dices por tu vestido? Es algo atrevido, de acuerdo, pero no me fijé en eso. Simplemente, te descubrí entre la gente. Ha sido mágico. A mí tampoco me ha pasado nunca esto, aunque te cueste creerlo… Son tus ojos, Katia, tú me atrajiste como un imán. Me has hechizado por completo.

Parecía sincero. “Dios, ¿qué podía pensar de la situación tan embarazosa en que se hallaba?” Él se confesó casado y la convenció de que no había nada de malo en lo que estaba sucediendo. Debía creer en un desconocido o echar a correr. Él no la obligaba, se lo dijo, haría sólo lo que ella estuviera dispuesta a hacer. No forzaría nada. Si se quería marchar podía hacerlo. Así fue como se dio cuenta que no quería huir [...]

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-ALICIA ROSELL, 2006-

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